domingo, 1 de agosto de 2010

Globalización y salud

Dra. Margaret Chan
Directora General de la Organización Mundial de la Salud


La elección del tema Globalización y Salud para esta mesa redonda demuestra ciertamente una visión de futuro. La función del cuerpo diplomático es fundamental en muchos de los aspectos clave de la salud mundial.

Nos hemos reunido en un momento de crisis. Afrontamos una crisis energética, una crisis alimentaria, una crisis financiera grave y un clima que ha empezado a cambiar de manera ominosa.

Todas estas crisis tienen causas mundiales y consecuencias mundiales. Todas tienen consecuencias profundas, y profundamente injustas, para la salud.

Voy a decírselo con toda franqueza. El sector de la salud no tenía ni voz ni voto cuando se formularon las políticas que han causado estas crisis, pero la salud está sufriendo la mayor parte de las consecuencias.

En lo referente al cambio climático, todos los expertos nos advierten que los países en desarrollo serán los primeros y más afectados. El calentamiento del planeta será gradual, pero los efectos de unos fenómenos meteorológicos extremos y más frecuentes serán abruptos y se manifestarán de forma aguda.

Podemos calibrar ya los costos para la salud que conllevan las inundaciones, las tormentas tropicales, las sequías, la escasez de agua, las olas de calor y la contaminación del aire en las ciudades. Podemos calibrar ya los costos de la respuesta a los llamamientos dirigidos a la comunidad internacional para que proporcione asistencia humanitaria.

El cambio climático es por su misma naturaleza un problema mundial. Esos llamamientos a la asistencia internacional serán cada vez más frecuentes y más intensos, en un momento en que todos los países se ven agobiados por las presiones del cambio climático y los costos de la adaptación al mismo.

Según las últimas previsiones, África se verá gravemente afectada ya en 2020. Quedan sólo 12 años. Para entonces, se prevé que el mayor estrés por falta de agua afectará a entre 75 y 250 millones de africanos. Dentro de poco más de diez años, el rendimiento de los cultivos en algunos países africanos caerá un 50%, según las estimaciones. Imagínense el impacto que eso tendrá en la seguridad alimentaria y la malnutrición.

En muchos países africanos, la agricultura sigue siendo la principal actividad económica, y los productos agrícolas son la principal exportación.

Vastas poblaciones rurales sobreviven precariamente con una agricultura de subsistencia. No hay excedentes, ni capacidad alguna para afrontar imprevistos.

Imagínense lo que la crisis actual de aumento vertiginoso de los precios de los alimentos supone para los países en desarrollo, donde una familia media dedica hasta el 80% de su renta disponible a adquirir alimentos. Una vez más, no hay excedente alguno, ninguna capacidad para hacer frente a situaciones críticas.

Pero las consecuencias son más amplias. Las elecciones de alimentos son muy sensibles a los aumentos de precio.

Lo primero que desaparece de la dieta son los alimentos saludables, que son casi siempre los más costosos, como las frutas y verduras y las fuentes de proteína de alta calidad.

El resultado es un predominio de alimentos elaborados, con muchas grasas y azúcar, y pobres en nutrientes esenciales, que se convierten en la opción más barata para saciar el hambre.

¿Se han fijado en que en algunas reportajes sobre la malnutrición esos bebés y niños con mirada ausente y barriga hinchada son atendidos a menudo por adultos con sobrepeso?

La clave de esta paradoja es que los mismos alimentos baratos que engordan a los adultos dejan a esos niños desprovistos de nutrientes absolutamente esenciales. Los niños que no reciben proteínas ni otros nutrientes necesarios durante sus primeros años de desarrollo sufren daños durante el resto de su vida.

Cuando los precios de algo tan fundamental para la vida como son los alimentos que quedan fuera del alcance de los pobres, tenemos que reconocer que algo se ha hecho mal, muy mal.

Señoras y señores:

La semana pasada la OMS presentó su informe anual sobre la salud en el mundo. En él se evalúa críticamente la manera de organizar, financiar y aplicar la atención de salud en los países ricos y pobres en todo el mundo.

Se documentan varios fracasos y deficiencias que han conducido a distintas poblaciones, en un mismo país o en países distintos, a una situación sanitaria peligrosamente inestable.

En informe se documentan inequidades sorprendentes en los resultados de salud, en el acceso a la asistencia y en lo que la gente debe pagar por la atención. Les daré algunos ejemplos.
Las diferencias de esperanza de vida entre los países más ricos y los más pobres superan hoy día los 40 años.

De los 136 millones de mujeres que se estima que darán a luz este año, unos 58 millones no recibirán ningún tipo de asistencia médica durante el parto y el puerperio, lo que hará peligrar su vida y la de sus lactantes.

A nivel mundial, el gasto público anual en salud oscila entre sólo US$ 20 por persona y muy por encima de US$ 6000.

Para 5600 millones de habitantes de países de ingresos bajos y medios, más de la mitad de todo el gasto sanitario se cubre con pagos directos. Esta fórmula es muy ineficiente en el terreno de la atención sanitaria.

Cuando se ve obligada a pagar para recibir atención, la gente tiende a esperar hasta que el problema está tan avanzado que el tratamiento resulta difícil, si no imposible, y los costos son mucho mayores.

Con una atención de salud cada vez más cara y unos sistemas de protección financiera desorganizados, los gastos personales en salud hunden cada año a más de 100 millones de personas por debajo del umbral de pobreza.

Es ésta una paradoja muy amarga. En un momento en que la comunidad internacional apoya la salud como un determinante clave del progreso económico y una ruta a seguir para reducir la pobreza, los costos de la atención de salud son por sí mismos una causa de pobreza para muchos millones de personas.

Al igual que las crisis mundiales que estamos viviendo, esta realidad se desentiende de los continuos progresos y las prometedoras tendencias perfiladas desde el comienzo del presente siglo. Estas tendencias y realidades nos muestran las dos caras de la globalización: una parte positiva y una parte negativa.

Señoras y señores:

En agosto de este año, la Comisión OMS sobre Determinantes Sociales de la Salud publicó su informe final. Su principal preocupación son las llamativas carencias en materia de resultados sanitarios, y el objetivo es una mayor equidad.

El informe reta a los gobiernos a que hagan de la equidad un objetivo político explícito en todos los sectores gubernamentales. Son las decisiones políticas las que determinan en última instancia cómo se gestiona la economía, cómo se estructura la sociedad y si los grupos vulnerables y desvalidos reciben protección social.

Las diferencias en materia de resultados sanitarios no son una fatalidad, sino marcadores del fracaso de las políticas.

El informe contiene una afirmación particularmente llamativa que en agosto hizo que se fruncieran algunos ceños y causó cierto escepticismo.

Permítanme que la cite. «La aplicación de las recomendaciones de la Comisión depende de que haya cambios en el funcionamiento de la economía mundial.»

¿Desde cuándo ha tenido el sector de la salud poder para cambiar la economía mundial? Antes bien, la salud ha estado tradicionalmente a merced de la economía mundial, siendo un sector cuyos presupuestos se han recortado cuando ha escaseado el dinero.

Poco después de que la Comisión diera a luz su informe, la revista The Economist, publicó una reseña en la que elogiaba la importancia de sus argumentos y recomendaciones.
Pero, como señalaba The Economist, su ataque a los desequilibrios de la distribución de poder y dinero era en gran parte un lamento inútil.

Permítanme que les pregunte ¿cómo suena esta afirmación ahora que el sistema financiero mundial se encuentra al borde del colapso? ¿No es lícito que el sector de la salud y muchos otros sectores pidan algunos cambios en el funcionamiento de la economía mundial?

Como he mencionado, la globalización tiene sus aspectos positivos y negativos. Aporta beneficios, puede incrementar la riqueza e inspira un sentido de solidaridad y responsabilidad compartida con respecto a la salud.

Pero he aquí el problema: la globalización carece de reglas que garanticen una distribución justa o equilibrada de los beneficios.

Como ha señalado la Comisión, los beneficios económicos de la globalización tienden a ir a parar a los países y poblaciones que ya eran más ricas, dejando a los demás cada vez más atrás.

Señoras y señores:

Creo que el mundo está más desequilibrado que nunca en materia de salud. Y no debería ser así.
La salud constituye el fundamento mismo de la productividad y la prosperidad económica. El equilibrio del estado de salud de una población contribuye a su cohesión y estabilidad social. Una población próspera y estable es un activo para cualquier país.

Este mundo no se convertirá espontáneamente en un lugar justo en lo que a salud se refiere. El desarrollo económico de un país no se traducirá necesariamente en la protección de los pobres ni garantizará el acceso universal a la atención de salud.

Los sistemas de atención de salud no evolucionarán de forma automática hacia una mayor equidad y eficacia. En los acuerdos comerciales y económicos internacionales no siempre se considerarán sus repercusiones en la salud.

Y la globalización tampoco se autorregulará para fomentar una distribución justa de los beneficios. En todos esos ámbitos se requieren decisiones normativas explícitas.
Creo que no hay ningún sector mejor situado que el de la salud para subrayar la necesidad de equidad y justicia social. Permítanme darles un ejemplo.

La epidemia de SIDA ha demostrado muy claramente la importancia de la equidad y el acceso universal. Con la aparición del tratamiento antirretroviral, la posibilidad de acceder a los medicamentos y los servicios se tradujo en la posibilidad de sobrevivir para muchos millones de personas.

El SIDA demostró de forma palmaria que la equidad en salud es realmente un asunto de vida o muerte.

La equidad en el acceso a la atención de salud adquiere protagonismo como un componente esencial para legitimar la globalización y conducir ésta de manera que garantice una distribución más justa de los beneficios y un mundo más equilibrado y sano.

Señoras y señores:

Seamos claros. Las políticas que rigen los sistemas internacionales que tan estrechamente nos unen han de ser más previsoras.

Deben trascender la búsqueda de beneficios financieros, ventajas comerciales y crecimiento económico como fines en sí mismos.

Se deben someter a la prueba de la verdad. ¿Qué repercusión tienen en la pobreza, la miseria y la enfermedad, en otras palabras, en las perspectivas de progreso de un mundo civilizado?
¿Favorecen una distribución más justa de los beneficios? ¿O llevan al mundo a una situación de mayor desequilibrio, especialmente en materia de salud?

Hace 30 años, la Declaración de Alma-Ata presentó la atención primaria de salud como la vía hacia una mayor equidad sanitaria. En el Informe sobre la salud en el mundo de este año se aboga por la renovación de la atención primaria de salud.

En 1978, los visionarios del momento no podían prever los acontecimientos mundiales que deparaba el futuro: una crisis petrolífera, una recesión mundial y la aparición de una enfermedad que cambiaría el mundo, el VIH/SIDA.

Durante la recesión que siguió a la Declaración de Alma-Ata, hace 30 años, se cometieron grandes errores al reestructurar los presupuestos nacionales. En el África subsahariana y en gran parte de América Latina y Asia, la salud aún no se ha recuperado de esos errores.

Si la historia tiende a repetirse, ¿no podemos, como mínimo, aprender del pasado y evitar repetir los mismos errores?

Ahora mismo, hay muchas cosas en juego, en este mundo que se tambalea, para que cometamos los mismos errores otra vez.

Muchas gracias.

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